Por Consuelo Toledo, Secretaria General de AxC (13-12- 2009)
Actualmente, cuando los ciudadanos participan en política y se organizan al margen de las estructuras de los partidos mayoritarios, tienen interés por definirse independientes.
Los pequeños partidos que incluyen esa palabra en su nombre florecen por doquier y especialmente en ámbitos pequeños donde acceder al poder es relativamente “barato”.
Se diría que la merecida mala fama, ganada por una minoría, sí, pero maquillada por las ejecutivas de esos grandes partidos, invita a desmarcarse de ellos con esa etiqueta. Sin embargo, la mayor parte se forman por divisiones mitóticas generadas no precisamente por diferencias en la “ideología” sino por los intereses (legítimos y no tanto) derivados de la gestión municipal.
Buscando un nuevo espacio, la palabra de marras proporciona una especie de barrera que, en teoría, los aleja de ese origen común.
Otras veces la independencia acompaña a grupos, plataformas, uniones, etc. formadas al calor de un desacuerdo compartido y de frases como “queremos lo mejor para nuestros vecinos” sin que ese “mejor” esté respaldado por unos valores y propuestas programáticas que permitan conocer de antemano si el fin: “lo mejor”, justifica los medios que posteriormente utilizarán.
Sin embargo, incluso los grandes partidos son independientes, es decir, no dependen de otros. Toda formación política depende de sus principios, de sus valores y debería depender de los ciudadanos que han confiado en ella votándola.
Y ¿quién vota a los independientes? Son, usualmente, votantes interesados en la política pero sin identificación partidaria. Personas que deciden su voto con criterios diferentes a las definiciones políticas tradicionales. Bien porque han perdido la confianza en aquellos pero mantienen la esperanza de una mejora social, bien porque pertenecen al gran colectivo “Yo soy apolítico” (estos están convencidos de que la política es algo como la televisión o la acupuntura, que se puede usar o no sin que esa decisión influya en nuestra vida cotidiana) pero que, en el último momento, convencidos por una frase, una canción, un gesto o una sugerencia, se desmarcan de su ideología “apolítica” y votan.
No es casual que los resultados electorales los decidan los indecisos. Es difícil, en cualquier caso, para un ciudadano ocupado en sobrevivir material y emocionalmente, como es el caso de la mayoría, descifrar los mensajes políticos, ¡a veces tan parecidos! Por ello sería deseable que los partidos, grandes, pequeños y mediopensionistas, explicaran de manera muy sencilla cuáles son sus valores, cuál es su compromiso, cuáles son los límites que no van a traspasar en ningún caso… en definitiva, dónde empieza su “independencia”.