El 24 de octubre de 1923 se recibió un cablegrama en la Oficina Central de Astronomía (organismo encargado de recoger todos los descubrimientos de nuevos cuerpos celestes), sita en Copenhague, dando cuenta de un importante descubrimiento: el afamado astrónomo ruso Dmitrii Ivanovich Dubiago había descubierto el día 14 de ese mismo mes, desde el observatorio de Kazan que dirigía, un nuevo cometa orbitando la Tierra. Sin embargo, Dubiago no era el primer ser humano en ver este cuerpo celeste; dos días antes, un humilde médico rural muy aficionado a la astronomía, el Dr. Arturo Bernard, había descubierto en el cielo del pueblo en el que ejercía la medicina, ese mismo cometa. Con sus rudimentarios instrumentos, su gran sapiencia y un entusiasmo fuera de lo común había detectado e identificado como nuevo para la ciencia al cometa C/1923T1. El firmamento protector de tan importante descubrimiento nos es muy familiar; lo vemos cada noche despejada que levantamos la cabeza: es el cielo de Colmenarejo.
Al anochecer del día 12 de octubre de 1923, exactamente 431 años después de que las naos de Colón avistaran el Nuevo Mundo, el Dr. Bernard se dispuso, como cada noche, a observar el cielo de Colmenarejo. Pero esta vez, en ese cielo que conocía tan bien como la palma de su mano, observó algo que no tenía que estar allí: un pequeño punto luminoso cerca del horizonte, aparentemente una estrella más. Miró sus notas, miró a través de su telescopio, volvió a mirar sus notas, y así durante toda la noche, hasta que finalmente no le cupo ninguna duda: se trataba de un nuevo cometa.
Pero el Dr. Bernard, profesional de la medicina y astrónomo aficionado- solo aficionado- no supo comunicar adecuadamente su descubrimiento por la sencilla razón de que tampoco conocía los protocolos internacionales para estos casos. En lugar de telegrafiar inmediatamente a la Oficina Internacional de Copenhague, se puso en contacto vía postal con la Sociedad Astronómica de Francia. La carta tardó casi una semana en llegar, y cuando lo hizo el hallazgo fue puesto en duda y en lugar de transmitirlo de inmediato a Copenhague emplearon un tiempo precioso en verificarlo: un descubrimiento de esa magnitud realizado por un médico rural de la atrasada España… era muy cuestionable. Por fin, el 31 de octubre, casi veinte días después del descubrimiento y una semana después de comunicarlo el astrónomo ruso, desde París se envió un cablegrama a Copenhague dando cuenta del descubrimiento del médico español. Pero ya era demasiado tarde: Dmitrii Ivanovich Dubiago se había anotado la primicia, y el bueno de D. Arturo se quedaría con las migajas. Su cometa pasaría a llamarse Dubiago/Bernard y no Bernard/Dubiago como hubiera sido de ley. No fue la única injusticia: casi 90 años después, el pueblo en cuyo cielo se vio por vez primera este cometa sigue sin dedicar una simple calle a su descubridor. Pero, a diferencia de lo anterior, esto sí tiene arreglo.
El 13 de abril de 1924, el cometa del Dr. Arturo Bernard fue visto por última vez en su eterno peregrinaje alrededor del Sol, del que regresará dentro de cientos de años.