
Cada invierno, un insólito furor se apodera de los responsables municipales. Envían cuadrillas de operarios a los cuatro puntos cardinales de los pueblos, armados hasta los dientes, y prestos a cortar, desmochar, triturar el arbolado público como si se tratase de una terrible amenaza que hay que conjurar. Al grito de ¡podar, podar y podar! los operarios tronchan, astillan, desgajan y cercenan los árboles de sombra durante semanas, dejando tras de sí hileras de ridículos palitroques a modo de percheros postmodernos. Nadie parece plantearse por qué y para qué se poda: hay que podar y basta. Así se ha hecho toda la vida y así debe seguir haciéndose. Y añaden, ufanos, el mejor argumento de todos: la poda beneficia al árbol.
Colmenarejo no es una excepción, más bien al contrario, es un buen ejemplo de esta vorágine desatada de destrucción vegetal, que culmina con la quema de los despojos, atufando a todo quisqui en 200 metros a la redonda. ¿Es que a nadie se le ha ocurrido plantearse científicamente el asunto para ver si este frenesí tronchador sirve para algo más que malgastar el tiempo, el dinero y la salud del árbol?
Para qué sirve podar
Las especies de árboles que adornan nuestros pueblos y ciudades llevan sobre la faz de la Tierra millones de años, algunos muchísimos millones de años. Han colonizado todos los continentes formando bosques y selvas gigantescas, han sido parte fundamental de la cadena alimentaria del Planeta, han crecido hasta superar los 100 metros de altura y los 1.500 m3 de volumen y muchos de sus ejemplares viven miles de años. ¿Cómo han podido conseguir todo esto, si hasta hace apenas 3.000 años nadie los podaba?

La poda es una práctica muy reciente destinada a aumentar temporalmente la productividad de los frutales. Sus efectos son similares al de los anabolizantes en los deportistas: aumentan artificialmente su rendimiento… pero a costa de su salud. El árbol que se poda habitualmente vive muchísimo menos y es muchísimo más sensible a plagas y enfermedades, pero produce más brotes y esto se traduce en más flores y, por tanto, más frutos. A un agricultor le importa poco si su manzano no pasa de los 100 años, si a cambio triplica su cosecha de manzanas. Es lógico, pues, que los frutales se poden. También es lógico que se poden aquellos árboles que pueden afectar a construcciones, o que quitan demasiada luz a algunas viviendas o impiden ver señales u obstaculizan gravemente el alumbrado público, o que representan un peligro para las personas o cuyo crecimiento anómalo compromete su propia estabilidad… Varios de estos motivos están contemplados en la ley de arbolado de la Comunidad de Madrid. Pero, ¿podar sistemática y drásticamente todo árbol de sombra que se pone a tiro? No tiene sentido y es muy contraproducente. Y voy a poner dos casos concretos que todos conocemos. El castaño de indias que adornaba la plaza hasta hace apenas un año recibió su tiro de gracia (ya estaba enfermo) cuando, en un intento desesperado por salvarlo, lo podaron. Cualquier experto sabe que los castaños de indias no toleran la poda, aunque en honor a la verdad, esta castaño ya estaba condenado desde el mismo día de su plantación. Otro caso más sangrante afecta a los plátanos, indebidamente usados como monocultivo en nuestras calles. En julio de 2008, Proyecto Verde alertó al Ayuntamiento sobre la aparición de algunos ejemplares de plátano afectados por antracnosis, una enfermedad fúngica incurable, que se transmite rápidamente a través de las heridas de poda. Hoy están infectados el 95% de nuestros plátanos, lo cual no ha evitado que se siga podando a destajo y sin las más elementales medidas fitosanitarias de higiene y prevención. Como consecuencia, nuestros plátanos pierden mucha hoja durante toda la primavera y el verano -con el sobrecoste que esto representa- y muchos terminarán muriendo en un plazo breve si se siguen maltratando como se maltratan.
¿Qué hacer entonces?
El único antídoto contra la ignorancia es el conocimiento. Así que debemos empezar por ahí. El Real Jardín Botánico ha editado un pequeño librito de Kenneth W. Allen titulado “Poda de árboles ornamentales” que debería ser un manual de referencia para responsables y operarios municipales. Tengo una frase subrayada: “Los árboles han desarrollado a lo largo de los siglos un eficaz sistema de autoprotección. Un podador puede destruir en pocos minutos este sistema, que a los árboles les ha llevado millones de años desarrollar”.
- Debemos considerar la poda como algo excepcional, restringido a los casos que hemos citado.
- Donde no queramos que los árboles obstaculicen, no los plantemos o plantemos especies de escaso crecimiento; es ridículo plantarlos para luego caparlos.
- Alternemos entre 3 o 4 especies diferentes; así dificultamos la transmisión de enfermedades y en caso de plaga no perdemos todo el arbolado de alineación (como va a terminar sucediendo en Colmenarejo).
- Instruyamos a nuestros podadores sobre cómo hacer la poda, solo cuando sea necesario hacerla, y cómo desinfectar las herramientas: en Colmenarejo se poda especialmente mal.
- Replanteemos la época de podar. La creencia de que los árboles deben podarse en invierno no tiene base científica alguna. Y, desde luego, con una enfermedad fúngica rondando, el mejor momento probablemente sea el verano, cuando la humedad ambiente es mínima, la savia fluye abundante expulsando las esporas que puedan depositarse en la herida y la cicatrización del corte es más rápida.
- Y, por favor, no quememos los restos de poda; la planta de compostaje de Apascovi está ahí mismo.
Ver también Poda de árboles ornamentales: Mitos y realidades científicas sobre las técnicas