Dentro de poco, Colmenarejo elegirá una nueva Corporación. Quienes estamos en la pugna electoral lo hacemos con la esperanza de acceder al Gobierno Municipal, y con ello, poner en valor lo que nos gusta y cambiar lo que es mejorable en este pueblo. Para ello, tendremos que resaltar nuestras fortalezas y señalar las debilidades de nuestros contrincantes. Muchos mentirán, porque la mentira se ha instalado con tal fuerza en la política que ya parece algo normal. Los ciudadanos tienen a su alcance información suficiente para no dejarse engañar… si no quieren. Así que, en cierto modo, debemos aprender a convivir con la mentira política, como convivimos con la enfermedad, tratando de combatirla pero asumiendo su existencia.
Lo que no deberíamos permitir es la calumnia, el insulto y el ataque personal, ni en la política ni en ningún lado. Quien deliberadamente trata de hundir, humillar, ridiculizar o desprestigiar mediante la calumnia o el insulto a otra persona, para mejorar su posición ante su grupo o la opinión pública, se está envileciendo a sí mismo y lo que es muchísimo más grave: está envileciendo una de las actividades más nobles que puedan existir: la Política.
A la larga, esta forma de encarar la disputa ideológica se vuelve contra quien la practica. No hace muchos años tuvimos la ocasión de vivir algunos episodios de navajeo político que abochornaron a este pueblo y, a la postre, causaron más daño a los verdugos que a las víctimas. El clima que se está viviendo últimamente en algunas redes sociales y charlas de café apunta en esta dirección, y no es bueno.
La dialéctica política admite un amplísimo abanico de herramientas legítimas, entre las cuales la principal de todas ellas debería ser la verdad, y también la crítica más dura y feroz que podamos imaginar, pero dejando a un lado los insultos gratuitos. En los últimos meses hemos podido leer y conocer incitaciones a la violencia, comparaciones con genocidas, motes insultantes, injurias… muchas veces “orquestados” para conseguir un fin político. Hay muchas formas éticas y legítimas de intentar convencer a los electores de que voten –o no voten- a tal o cual opción. Cuando se recurre al insulto y la injuria es, probablemente, porque no hay otros argumentos.
Seamos duros, todo lo duros que podamos, con nuestros adversarios políticos; seamos valientes y llamemos a las cosas por su nombre, no pasa nada. Divulguemos nuestra verdad, demos datos, argumentemos. Pero no insultemos, no organicemos campañas orquestadas para humillar a personas, no maltratemos más a nadie en nombre de la Política. Quienes pretendemos construir un Colmenarejo mejor, jamás lo conseguiremos con esos ladrillos.
Comparto el discurso aunque creo que es predicar en el desierto. La sociedad ha llegado a una situación de falta de ética( y de estetica) que tiene dificil retorno y en la politica no podía ser menos. Si nos centramos en este pueblo que ha sido siempre bastante “peculiar” encontramos un panorama desolador. Eso no quiere decir que haya que ceder, pero abrirse camino entre los que defienden sus intereses particulares y los que no saben ni siquiera qué defienden y se echan en brazos de charlatanes, es duro y a veces poco grato. Animo!
Gracias Consuelo, por tus palabras de animo, y también por manifestar tu escepticismo sobre los efectos prácticos que pueda tener nuestra reflexión sobre la ética en la política.
No nos resignamos a dejar de hablar de la nobleza de ejercer la política y de la dignidad que debe rodear sus actos, por mucho que el hablar bien de esta vocación esté mal visto y nos encontremos con demasiada frecuencia con la expresión de: ¡Ah, yo no quiero saber nada de política!
¡Así nos va!